Recuerdo que durante aquel viaje mis padres, por primera vez, no encendieron la radio del coche. Suponía que íbamos a la iglesia y había demasiadas pistas para llegar a esa conclusión: Era domingo por la mañana, mi padre llevaba aquella chaqueta de pana con hombreras que siempre se ponía cuando iba a la iglesia, y yo olía a inminente sesión de aburrimiento. Si hubiese medido un palmo más de lo que mis catorce años me habían brindado, habría podido estar más atento a las calles por las que pasamos y habría sabido que estaba equivocado.
Íbamos directos a la casa de los abuelos que
yo nunca llegué a conocer, mis abuelos por parte de padre. Era una casa lo
suficientemente alejada de la ciudad como para estar tranquilo, y lo
suficientemente cerca como para no sentirse solo. La había heredado el bueno y
loco tío Rodri, o así lo llamaba mi padre.
- ¿Te acuerdas de tu tío, Iván? – Preguntó mi madre
echándome un vistazo por el espejo.
- ...Sí, o eso creo. ¿No fue él quien montó todo aquel alboroto
en mi comunión?
Mi madre suspiró y luego respondió:
- Si, hijo, si – Volvió a suspirar y se giró. – Está...
enfermo, por así decirlo, y pronto irá a vivir a un hospital donde lo cuidarán.
Hemos venido a despedirnos y a ayudarle a recoger sus cosas, lo entiendes,
¿verdad?
- Si por hospital quieres decir manicomio y por vivir te
refieres a algo que no se parece en absoluto, lo entiendo.
- No nos juzgues hijo. – Tiró la vista al suelo – Sé que
en casa se ha mencionado alguna vez el tema de ingresarlo y no se habla muy
bien de él... – Echó un vistazo a mi padre y siguió diciendo: - Pero la
decisión no ha sido nuestra, finalmente ha sido él quien ha recapacitado y ha
tomado la iniciativa, se va por su propia voluntad.
En el fondo siempre sentí algo de lástima
por el tío Rodri. Aunque solo lo hubiese visto un par de veces en mi vida,
vivía cerca y sus excentricidades habían llegado hasta mis oídos. La última
donde lo vi fue cuando vino “vestido” con una especie de traje de marinerito a
mi comunión criticando a todo el mundo por no haber ido vestido de marinero en
una ceremonia donde sólo se podía ir así. Fue todo un espectáculo.
Además compartía con él algunos de los momentos
que más rabia me daban: Ya que cuando mi padre me castigaba o me regañaba por
una nota no muy agradable de la profesora del colegio, siempre decía eso de: “Sigue
así y acabarás como tu tío”. Así que en ese momento entrábamos al hogar de mi
futuro-yo, si siguiese cateando en el colegio.
Tío Rodri nos recibió con un atuendo que no
dejaba indiferente a nadie: un pantalón de cuadros rojos, la chaqueta de un frac,
una pajarita y un bastón que terminaba en una gran borla plateada.
- ¡Oh!, bienvenidos. Os estaba esperando – Dijo con una
sonrisa y lo que parecía ser, visto más de cerca, un bigote de pega. Sus ojos
saltaron del desdén de mi padre, a la sonrisa forzada de mi madre, pasando por
los dos platos que habían en aquel momento en mi cara.
Nos sentamos en el salón y tío Rodri no
hacía más que repetir que tomásemos lo que quisiéramos. Había traído una
bandeja llena de más de media docena de vasos llenos.
- Ya no recuerdo que es exactamente lo que eché en cada
uno, pero podéis elegid cualquiera. Si tenéis suerte, elegiréis el que
queríais. – Sin dejar de mostrar aquella amplia sonrisa enmarcada entre amagos
de arrugas dejó la bandeja y se fue de nuevo a la cocina. Desde allí dijo que
las maletas ya las tenía listas y que estaban en su dormitorio.
- Hijo, quédate aquí un segundo, iremos a ver si tu tío
lo ha preparado todo. ¡Ah! y no bebas nada. – Mis padres se levantaron.
- ¡Rodri!, vamos a bajar las maletas y ver que no te
hayas dejado nada importante, Iván se quedará aquí, no tardamos. – dijo mi
padre con desgana.
- La casa es vuestra. Están arriba, a la derecha de un
zurdo. – Respondió desde la cocina
- Ya sé donde es, vivía aquí, ¿recuerdas? – Rezongó mi
padre – Que va a recordar... - dijo por lo bajini mientras subía las escaleras.
No me acuerdo muy bien de la situación, pero
seguro y sentí curiosidad. Tío Rodri no tardó en aparecer con dos vasos llenos
de aparente agua. Me ofreció uno de ellos. Lo cogí pero no bebí.
- Adelante, bebe, es lo que quieras que sea.
- ¿Lo que quiera?
- ¡Claro!, los distraídos dicen que sólo es agua,
incolora e inodora – Dijo con gesto estúpido - ¡Bah!, que sabrán ellos, el agua
es así para que la dotemos del sabor y el color que queramos. Es la máxima
expresión de nuestra libertad, pues podemos imaginarla como queramos.
- ¿Por eso nosotros somos agua en nuestra mayoría? Para
ser libres – Decidí seguir su juego, me parecía divertido. Él asintió sonriendo.
Luego cogí el vaso y dije: - Zumo de albaricoque al néctar de más de cien flores
del desierto, a ver qué tal. – Bebí un trago. - ¡Puag!
- ¿Tan malo estaba?
- Le sobra néctar – Rodri me miró perplejo y luego se
echó a reír.
- Iván, ¿Cuántos años te quedan ya?
- Tengo... ¿dijiste: te quedan?
- Sí, ¿no es eso lo que realmente nos importa saber?
- Pues...sí, claro... supongo que entonces me quedan
cinco menos que la última vez que me viste.
- Bien respondido – Sonrió satisfecho. – Y a ver si
puedes solucionar este acertijo mío. – Bebió un sorbo de agua, y con el gesto
fruncido, como su hubiese bebido limón al limón, me preguntó: - Un pastor,
junto con su rebaño, va a cruzar un puente de madera que tiene un máximo de
peso permitido. Cuenta hasta tres veces las cabras y ovejas que tiene y calcula su peso, luego
le suma el suyo propio. Al ver que no superan el peso máximo permitido por unos veinte kilos,
decide cruzar. Cuando van por mitad, el puente se rompe, ¿por qué? – Después de
aquello hubo un momento de silencio donde él me escudriñaba desde detrás de sus
pobladas cejas. Tardé un poco en responder, pero sabiendo cómo era él y cómo
estaban siendo las preguntas, tenía que haber una trampa o un juego de palabras
de por medio.
- ¿Cómo sabría alguien lo que pesa cada oveja o cabra?
- Siempre las pesaba al salir del corral – Respondió Rodri
con una sonrisa
- Joder, que previsor... un momento... ¡Aján!, hombre
prevenido vale por dos, ¿no? No sería raro que también pesara por dos.
- ¡Jerónimo!
- ¿Jerónimo?
- Fue lo último que dijo el pastor...
Otro puñado de risas, la verdad es que tío Rodri
sabía sacarse preguntas entretenidas de la manga.
- Una última pregunta. Ésta pregunta no tiene respuesta
correcta. Así que no te preocupes por lo que respondes, sino el porqué lo haces. – Me
miró desafiante... yo hice otro tanto igual, se le despegó el bigote, me reí,
se rió y terminó diciendo: - ¿Dónde crees que debería vivir yo?
- En la chistera de un mago – Respondí sin pensar.
Él me miró expectante, como si después de responderle estuviera
esperando que hiciera algo espectacular, una pirueta o algo parecido.
- Ven, te enseñaré algo antes de que bajen tus padres. – De
repente se levantó y sin mirar atrás se dirigió hacia la cocina
- ¿Qué vas a enseñarme?
- Voy a enseñarte que hay dentro de la chistera del mago.
Te enseñaré el porqué he decidido que estoy más seguro en un manicomio.
Fantástico.
ResponderEliminarLas chifladas ocurrencias de Rodri son entretenidas y te hace querer seguir leyendo, y el final te deja con ganas de más. Continuaré con la lectura, tienes una seguidora más.
Vaya, gracias.
EliminarEsta serie necesita una revisión, llevo tiempo pensando en hacérsela y nunca me decido. Puede que me hayas empujado acertadamente. Quién sabe. Un abrazo!