lunes, 1 de octubre de 2012

DENTRO DE UNA CHISTERA. CAPÍTULO III


   Durante los próximos años, la tele vomitaría de todo menos magia.
   Recuerdo que aquello comenzó con una disputa por un pedazo de tierra helada del ártico y el afán en ser el primer país en manchar, de crudo negro, aquel blanco glaciar. Siguió con un intenso toma y daca sobre quien provocaría, tiempo después, la quiebra del sistema económico internacional, luego unas prácticas de combate en aguas fronterizas, como no, henchidas de orgullo y provocación, y finalmente un ataque preventivo, una declaración de guerra y después... nada. La tele dejó de funcionar, y si tan solo hubiese sido la tele, habría sido hasta un alivio... pero con ella se fue la electricidad y sin aquello, sólo había una visita esperada: el miedo.

   Han pasado muchos años desde entonces, y aun me tiembla la pluma cuando rememoro la sensación de abandono que sufrimos. Poco después arrasaron nuestras tierras, creímos que todo formaba parte de un espectáculo cruel, que había una cámara escondida tras alguna esquina y que todo era un montaje. Pero esa ilusión desapareció tras el primer disparo.

   Mis padres murieron en un bombardeo cercano al lugar donde repartían la comida racionalizada que nos entregaban, y en cierto modo, yo morí con ellos, sólo que aún no descanso en paz. En ese mismo bombardeo nuestra casa fue pasto de las llamas y de la ira sin tregua de soldados que parecía que solo tenían una intención: Alzar los colores de su bandera sobre una tierra yerma repleta de hollín y cadáveres.

   Cuando no quedaba más que yo y un reducto de lo que antes fueron ganas de vivir, cogí toda la comida que habíamos ido almacenando durante meses en la casa del tío Rodri, y la bajé a la sala del mundo. Mi tío me había confiado la llave y el secreto de aquel lugar, y no imaginaba lugar más seguro. Sólo había bajado un par de veces desde la vez en que el loco tío Rodri me lo había mostrado y siempre me había transmitido serenidad. Me refugié aquí con la única compañía de una de esas radios antiguas.

   Me prometí a mí mismo no salir de aquí hasta que no dejara de escuchar ninguna emisora en otro idioma que no fuese el mío. Aunque eso no tardó mucho, dejó de escucharse voz alguna al poco tiempo, justo después de una gran explosión que hizo que el suelo temblase durante horas. De eso hace ya más dos años.

Me he quedado casi sin existencias y desde hace varios días el respirador de la sala no funciona del todo bien. Siento que no podría aguantar demasiado tiempo aquí y por eso he decidido salir y ver lo ocurrido.

    Si hubiese leído y visto todo lo que he presenciado aquí durante todo este tiempo antes de que hubiese ocurrido nada, tal vez habría conseguido evitarlo, tal vez ahora mi familia...
   Temo tener la sensación de saber la verdad sobre algo para lo que ya no queda nadie que quiera escucharlo. Sea como sea, no me queda más remedio que salir ahí fuera. Si hay alguien a quien pueda contarle todo lo que sé, tal vez aún podría detener lo que quede de esta locura. Tengo miedo y mis piernas lo saben, por eso tiemblan con tan solo pensar en la idea de abandonar este lugar.

   La última vez que dormí, no sé si de noche o de día, soñé que cuando saliese a la superficie me esperaría un mago de rostro vendado, presentándome su último y más macabro truco: un mundo vivo donde sólo habitaba la muerte.


Imagen de StefanoBonazzi
   
   Si alguien encuentra estas notas, debe leer también los tomos de lomo azul y plateado que dejaré junto a ellas si quiere entenderlo todo. Y lo más importante, por favor, no toquen el mundo.

   Con sudor en las manos y miedo en las entrañas, se despide, maldito por la libertad que le aguarda: Iván.

   Cogió un cuchillo, una mochila cargada con los pocos suministros que le quedaban, agua y un pequeño botiquín improvisado. Se echó una armónica deslucida al bolsillo y abrió la puerta de sus dos últimos años de vida. Sólo entró frío.


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